LOS ANGELES DE PHILIP MARLOWE

“Y pensar que me gustaba esta ciudad. (…) Pero eso fue hace mucho. Había árboles por todo el Bulevar Wilshire. Beverly Hills era un pueblecito. Westwood estaba sin urbanizar y se vendían parcelas a cien dólares, pero nadie las compraba. Hollywood era un conjunto de barracas en la línea interurbana. (…) Había grupitos de pseudointelectuales que la llamaban al Atenas de América. No lo era, pero tampoco era un basurero con letreros de neón, como es ahora” (La hermana pequeña)

Los Ángeles: Avenidas inacabables, glamour a destajo, pandilleros, lujosas mansiones escondidas en las colinas, la meca del cine, el sol eterno de California como decorado de miles de películas, series y novelas policiacas. La hemos visto muchas veces. Pero verla a través de la mirada irónica de Marlowe es otra cosa.

“Supe que estaba llegando a Los Ángeles por el olor. Olía a rancio y a viejo, como una sala de estar que lleva demasiado tiempo cerrada. Pero las luces de colores daban el pego.”

Cuando salimos de su despacho, en el edificio Cahuenga, y nos lanzamos a la aventura de acompañarlo por Los Ángeles, terminamos perdidos en un crisol de suntuosas moradas y hostales decrépitos donde se hacinan borrachos y cucarachas. “El sueño eterno” comienza en la lujosa vivienda del general Sternwood; La casa Grayle de “Adios, muñeca” era más pequeña que Buckingham Palace y, probablemente, tenía menos ventanas que el edificio Chrysler. Pero el permanente pesimismo de Marlowe se alimenta de vecindarios como Bunker Hill (una ciudad vieja, una ciudad perdida, una ciudad deteriorada) y de localizaciones tan saturadas de antros de mala muerte, borrachos y mafiosos que Chandler llega a cambiarles el nombre, trasformando Santa Mónica en Bay City. También del mundo de cartón piedra de Hollywood, a donde nos sumerge en “La hermana pequeña.” Incluso las modestas ciudades de montaña, como Puma Point (Big Bear Lake en la vida real) esconden entre sus aguas razones para alimentar la resignada ironía de nuestro detective (La dama del lago)

Los Ángeles no sería lo mismo sin Philip Marlowe.