EL SAN FRANCISCO DE SAM SPADE

 

Quizá mi primer recuerdo de una serie policíaca remita a San Francisco, a Karl Malden y Michael Douglas persiguiendo delincuentes por esas cuestas inacabables donde los coches siempre volaban unos metros. Pero cualquier referencia previa quedó eclipsada apenas comencé la lectura de El Halcón Maltés.

“En el punto donde Bush Street pasaba sobre Stockton antes de prolongarse cuesta abajo hacia Chinatown, Spade pagó al taxista y se apeó. La niebla nocturna de San Francisco, fina, pegajosa y penetrante, empañaba la calle. (…) Spade cruzó la acera entre barandillas de hierro que daban sobre feas escaleras desnudas, se acercó al pretil y, apoyando las manos, miró hacia abajo, a Stockton Street (…) A unos cuatro metros y medio cuesta abajo sobresalía una piedra grande, achatada. En el hueco entre la piedra y el suelo yacía Miles Archer, boca arriba”

Niebla, calles oscuras, tipos con mala pinta y peores intenciones, hoteles de nombres evocadores y un detective impasible incluso frente al cadáver de su socio. Una ciudad todavía sin Golden Gate, hecha a la medida de un género naciente que pronto traspasaría fronteras. Aunque el San Francisco de Spade también tiene sus momentos amables.

“Spade y Effie Perine estaban sentados en una mesa pequeña en Julius Cstle, en Telegraph Hill. Por la ventana que tenían al lado se veían barcos que llevaban sus luces hacia las de la ciudad, al otro lado de la bahía”. (Un hombre llamado Spade)